C me pregunta dónde estoy. En camino, le respondo cuando inesperadamente se detiene el tren en medio del túnel. Mierda, lo que faltaba para completar el día. Emojis tristes sobrecargan el chat. No te preocupes, me réplica C, la fila aún no avanza mucho. Mi desesperación por llegar tarde se disipa cuando la luz se enciende y el tren continúa su trayecto. En quince minutos estoy allá, le escribo a C y adjunto el último sticker de un gatito lleno de corazones. Esta noche se termina la añoranza de ver a un monstruo. Hoy Gojira regresa después de siete años a Chile.
Tras correr al Teatro Caupolicán, ingreso por la entrada trasera. Un acceso secreto, le comento a A que me recibe en la zona de prensa. A ríe y me expresa que están vueltos locos con todos los eventos que traerán próximamente. Ánimo, le respondo y me dispongo a entrar. Ya estoy en la cancha, ¿aún estás afuera?, le escribo a C. Me envía una foto de la puerta del teatro. Nos juntamos dentro, sentencia. Largas cabelleras negras y ropa negra. Ese es el panorama de cuerpos para la jornada. Nos encontramos con C en la cancha. Nos abrazamos. ¿Te costó mucho entrar? No, estaba todo ordenado afuera, dice C.
Mientras nos ponemos al día, dado que hace bastante que no nos veíamos, C me habla de Mawiza. La banda invitada de hoy es perfecta para Gojira, grita emocionado C. Entre esa charla, el show de la agrupación mapuche comienza. El teatro aún está recibiendo a más parroquianos del metal, pero eso no es impedimento para que Mawiza estallé los parlantes con su sonido. Cantando en mapuzungun, la banda emociona al público que ha llegado. Debo confesar que no les conocía. Sin embargo, de inmediato pude darme cuenta de su gran puesta en escena. Fuerza mapuche, eso es Mawiza y lo dejan claro con sus alusiones a la libertad de los presos políticos en el Wallmapu. Fuerza mapuche que agradeció poder telonear a Gojira. Tras un poco más de media hora de música, la agrupación baja y quedamos a la espera de ver al monstruo.
Las luces del Teatro Caupolicán se encienden para afinar los últimos detalles para la presentación de Gojira. Se despliega un telón blanco en frente al escenario y se proyecta el logo de la banda francesa. La gente se emociona y grita. Algunos intrépidos, tal como los califica C, comienzan a lanzarse desde la platea baja a la cancha. Siempre pasa esto en los conciertos de metal, explica en tono erudito C. Los guardias, alumbrando con linternas, intentan descubrir a los aventureros, pero no logran atraparlos. Ante aquel panorama, noto que ahora sí el recinto capitalino está repleto.
La ansiedad por ver a los franceses aumenta a medida que avanza la hora. Las expectativas explotan cuando en el telón se empieza a proyectar una cuenta regresiva. Cuando llega al final, la música comienza. Los puños en el aire y las cabelleras sueltas son la imagen principal entre la audiencia. El mosh ha empezado. Ya perdí a C. Se adelantó en la cancha para disfrutar de la batalla campal. Por mi parte, me quedo más atrás. Me preocupan demasiado mis anteojos y mi nariz para ser un aventurero en el mosh. En las primeras canciones logro identificar la cabeza de C en el mosh, pero después ya le pierdo la vista- Nos encontraremos a la salida, siempre es así, pienso mientras suena la distorsión de Gojira.
La agrupación repasa toda su historia a lo largo de un espectáculo de más de hora y media de duración. Acompañados de unas visuales que pasan desde imágenes que aluden al universo, a la locura y los viajes espaciales, Gojira deslumbra al Teatro Caupolicán. El mosh no se detiene en ningún momento. Algunas poleras salen volando debido al calor que provoca la euforia de los asistentes. Puños arriba y a seguir mosheando. Gojira agradece a la audiencia, recalcan la locura que se ha desatado en el recinto y aseguran que volverán pronto. El show termina y me reencuentro con C. Se ve cansado y feliz. Nos abrazamos y comenzamos el trayecto de retorno a nuestros hogares. Hoy vimos a un monstruo, le digo. Sí, responde C mientras mira por la ventana del auto. Gojira deslumbró al Teatro Caupolicán después de siete años de ausencia. Ojala los franceses cumplan su promesa y podamos verles más seguido.